viernes, 23 de diciembre de 2011

"MERCADO DE FUTUROS" Mercedes Álvarez

Una de las películas más esperadas de L’Alternativa, uno de los festivales más longevos de la ciudad de Barcelona, pese a carecer de una hoja de ruta clara (nunca he sabido muy bien qué tipo de cine engloba la etiqueta “independiente” (¿independiente de qué?), fue la nueva pieza documental de Mercedes Álvarez Mercado de Futuros, que ya pudo verse en la pasada edición del casi difunto (¡pero no, afortunadamente!) Festival Punto de Vista en Noviembre.
Mercedes Álvarez ha elaborado esta pieza de forma totalmente artesanal, meticulosamente rodada durante casi 3 años,  ya que empezó a gestarse al poco de estallar la madre de todas las crisis. Con planos precisos como un reloj suizo nos muestra una perspectiva aérea de la mecánica del capitalismo, mediante piezas, que, como los pedazos de un patchwork, nos dan una visión global pero fragmentada. Como estas mantas de dudoso gusto, o como si de un jarrón roto y vuelto a pegar se tratara, el conjunto en sí resulta algo defectuoso, pero no por ello desaconsejable. Al contrario, y más viendo dónde nos encontramos ahora mismo.


El desmantelamiento de una casa del Eixample y su posterior venta de enseres en el mercado de los Encants de Barcelona, los brokers castizos vendiendo activos con futuro, los casposos comerciales de una macro feria inmobiliaria donde todo, incluso las casas, son de cartón piedra, el viejo y su parcela de árboles frutales acorralada por la modernidad son varios de estos fragmentos de una sociedad  con tendencia a la acumulación. Acumulación sin sentido que nos ha llevado a la bancarrota.



Acumulación de objetos como la que posee uno de los protagonistas del film, Jesús, un viejo sin ley ni orden, rey de su cochambroso puesto en los Encantes que resume su filosofía con la  frase “si lo vendes no lo tienes” mientras ostenta a sus espaldas un imperio de objetos polvorientos y nos “consuela” con una serie de píldoras de vida mientras vive sus lunes al sol. Aunque realmente, dentro de su filosofía anarquista y buen rollera encierra el mismo síndrome mortal que aqueja a este nuestro sistema y que probablemente,, después del final de sus días, su parcela, su casa y todos los cachivaches amontonados, que no vendió por no perder , serán desmantelados y desperdigados, y vendidos por los mercados.
El cartón piedra, el simulacro, la compra y venta de humo, de casas no construidas, la especulación  financiera objetos que se cubrirán de polvo y desaparecerán como desaparecen nuestro futuros. Un documental que en su claridad excesiva peca en ocasiones de tener un discurso simple y poco elaborado,  más que poco elaborado podríamos decir de tendencias maniqueístas. Me horrorizó, además, el uso de la voz en over, extremadamente didascálica y pedante, que por suerte, no acompaña todo el documental.

Un documental que hubiera funcionado mejor sin un final tan marcado por la figura de Jesús, el vendedor ácrata, que parece dejarnos un falso buen sabor de boca. Se comentó que Mercedes Álvarez quiso dejar el final abierto, un SIN FIN, como en las películas de Val del Omar en lugar de FIN, cosa que, si la industria lo hubiese permitido, le hubiera ido como anillo al dedo, porque desde luego, esta crisis, y más que de la económica hablo de la humana, no tiene fin.

(Este artículo también se puede leer en Fantastic Plastic Magazine )

jueves, 22 de diciembre de 2011

"MELANCHOLIA" Lars Von Trier




Los antiguos griegos creían que cuatro líquidos corporales, llamados “humores” no sólo explicaban todas las enfermedades sino los diferentes temperamentos y sus cambios: estaban los sanguíneos, los flemáticos, los coléricos y los melancólicos, estos últimos acusados de un exceso de bilis negra que les producía una enorme tristeza y desazón. Una de las representaciones artísticas más conocidas de la melancolía es el grabado que Durero hizo en 1514, donde aparece un ángel/mujer de aspecto desaliñado, rodeada de diferentes objetos desordenados, muchos de ellos relacionados con la geometría y la matemática, cargados de simbología. Al fondo, sobre el horizonte , vemos el brillo de la luna y de un extraño cometa afincado en el arcoíris nocturno que cruza el cielo.




 Propiamente cual grabados u estampas Melancholia arranca con una serie de hipnóticas imágenes premonitorias que resumen la narración de la película. Una novia que avanza penosamente arrastrando unos lastres de lana gris, la madre sosteniendo a su hijo caminando por una tierra que se hunde a cada paso, nuevamente la novia, cual Ofelia, rodeada de plantas  (se dice que uno de los remedios contra la melancolía eran las plantas acuíferas) arrastrada por un río, una caballo desfalleciendo,  un enorme planeta colisionando contra la tierra…Imágenes pulidas y limpias, tableau vivants a cámara lenta que combina, durante todo el metraje, con fragmentos de Tristán e Isolda de Wagner, dotándolas de una fuerte carga poética.


Melancholia es una historia apocalíptica sobre la destrucción de la tierra, pero también un drama íntimo, la historia de dos hermanas de carácter (humores?) muy diferentes. Una,  Justine (Kristen Dunst),  claramente melancólica, taciturna, inestable, la otra, Claire (Charlotte Gainsbourg), flemática, equilibrada y muy organizada.  Confluyen dos dramas, como los dos planetas, como las dos hermanas. Por un lado el drama familiar que Lars Von Trier filma de manera muy íntima en espacios generalmente cerrados,  las relaciones familiares deterioradas, las apariencias finalmente dinamitadas entre el jefe y la empleada, la soledad y el miedo no sólo ante un futuro en pareja sino ante un futuro del todo catastrófico, que de alguna manera Justine intuye. Y por otro lado, el drama apocalíptico de enfrentarse al fin del mundo, al fin de la existencia humana con la máxima dignidad posible, aunque hasta el último momento la fe en la ciencia lleve a pensar que ese final inexorable puede ser esquivado. Von Trier disecciona con absoluta desesperanza y derrotismo el espíritu humano  a través de las  hermanas protagonistas,  en cierto modo recordando a esos burgueses atrapados en El ángel Exterminador, enjaulados en su fastuosa residencia, con el cupo material más que cubierto, pero fuertemente desequilibrados emocionalmente.



Justine sabe, Justine intuye que “el mundo está lleno de maldad” y que por ende su desaparición no resultará una gran pérdida. Justine, como ese ángel de Durero, que vaga entre el abatimiento y la desidia, se ve reflejada y en cierto modo reconfortada por Melancholia el planeta que orbita peligrosamente cercano a la tierra y que acabará por arrasarlo (incluso tienen un momento de comunión en una preciosa escena en la que ella se baña desnuda con su plúmbea luz).
Nadie mejor que Lars Von Trier, cineasta melancólico por excelencia, malhumorado, sombrío y provocador, para hacernos reflexionar sobre el lado más oscuro de la existencia abocada a la soledad y la destrucción durante dos horas y pico, de manera hipnótica e implacable.

(Este artículo también se puede leer en Fantastic Plastic Magazine)

martes, 27 de septiembre de 2011

"EL ÁRBOL DE LA VIDA" Terrence Malick (2011)






En primer lugar aclararé que no soy una devota de Terence Malick, con ello quiero decir que respeto su obra pero no me declaro fan. Digo esto porque muchas veces nos pueden los amores incondicionales y nos impiden ver con claridad:  uno debe matar a sus ídolos. En este caso yo  ya fui llorada y realicé mi propio “cinecidio” en casa. Bien es cierto que conociendo el corpus poético de Malick  sabía por donde irían los tiros y tenía cierto temor de ver dos horas de paja mental con muchas cortinas a contraluz y primerísimos planos de pajarillos moribundos. Quizás por estos temores, me gustó más de lo que en un principio creí que me gustaría.
 No nos engañemos, no es una película difícil de ver, pero sí es una película difícil de digerir, más que por su complejidad narrativa, por su exceso de contenidos. El árbol de la vida es una película inabarcable, extremadamente poética, excesiva en todos los sentidos. Querer contar el origen del universo, darnos una lección pseudo filosófica sobre la conceptos estéticos como la Gracia, la Bondad, la Belleza y sus interrelaciones, coquetear con la eterna búsqueda del sentido de la vida y entender el binomio vida/muerte a través de la historia de una familia en los años cincuenta (contando además con la presencia mainstream de Brad Pitt y Sean Pean) quizás sean demasiadas cosas para contar en una sola película.


Los mecanismos e imágenes que empleó en sus últimas películas como La delgada línea roja o El nuevo mundo se vuelven a repetir aquí hasta la saciedad, pero Terence se arremanga y da lo mejor de sí mismo (y de su operador Lubezki, auténtico maestro de la luz) depurando aquello que ya vimos en sus dos anteriores películas: imágenes preciosistas, muchas fruto de horas y horas de rodaje y en ocasiones del puro azar, voz en over, atípica continuidad narrativa, donde un plano no tiene porqué corresponderse con el plano siguiente y una selección de piezas clásicas inmejorables.
El árbol de la vida recuerda en ocasiones a Zerkalo de Tarkovski, una narración personal y nostálgica que reflexiona sobre la infancia y los recuerdos centrándose en la presencia de la madre como símbolo, (en el caso de Tarkovski estaba más relacionado con el concepto Historia) que en Malick se traduce como una presencia más cercana a la verdadera naturaleza de lo divino, representación de la Gracia y  la Bondad (en mayúsculas) y daimon benefactor creadora de vida. Así como Tarkovski hace su propio Amarcord, Malick parece citar en cambio a Otto e mezzo con ese final de redención en la playa del reencuentro, creando un limbo espiritual de perdón y purificación.



Personalmente creo que la clave del cine de Malick reside en que éste va más allá del mero dispositivo cinematográfico, es decir, exige una mirada y un acercamiento que estaría más relacionado con la contemplación del objeto artístico, y en consecuencia de un juicio más cercano a la reflexión estética, que al análisis puramente cinematográfico. No podemos enfrentarnos a una película de Malick con las mismas herramientas que nos enfrentamos a una película de Sodeberg (sin desmerecer). No son la misma liga, es más, no son ni siquiera el mismo deporte. Tal empacho de belleza solo se puede disfrutar si uno se deja llevar y suspende el interés en pro de forjarse un juicio estético, es decir, al más puro estilo Kantiano, dejarnos llevar por las imágenes sin esperar una satisfacción ni una finalidad. No se hasta que punto las recurrentes imágenes de naturaleza (los trigales, el mar, el pájaro que cruza el cielo) son realmente un rebus que crean contenido y sentido narrativo mediante alusiones, o meramente iconos de pura contemplación, de puro goce estético.





Aún así Malick mea fuera de tiesto en muchas ocasiones. Es el exceso lo que acaba pasando factura a la película, como en ese momento Jurassic Park donde uno piensa; “Terence, no hacía falta.”. En su deriva Érase una vez… la vida Malick se pierde para volver a encontrarse en casa de los O’Brian, sus conflictos matrimoniales, su relación con los hijos y sobre todo el paso de la infancia a la madurez del joven Jack , sin duda la parte más interesante del film. Por otro lado y personalmente Brad Pitt no me entusiasma y me recuerda demasiadas veces al personaje de Inglorious Basterds y su mentón salido (cosa que se empeñó en hacer, como si de un Marlon Brando y sus bastoncillos de algodón se tratase, por más que Tarantino intentará disuadirle). Aquí parece que Malick no logró hacerle entender que no era necesario forzar el mentón para parecer un padre severo. Como última meada decir que su particular visión cristiano/mística acaba transformándose en una suerte de falso trascendentalismo que se convierte en ocasiones en un burdo libro de autoayuda rozando el Coehlismo.
Ahora bien, a pesar de sus pretensiones de proporciones cósmicas el film nos ofrece píldoras de gran intensidad y belleza, que hay que tomarlas así, como pura contemplación, sin tragarnos todo el cuento místico. No obstante y a pesar de la pretenciosidad de la obra,  aprovecho para denunciar algunas salas de cine que,  no contentos con repartir flyers en la cola de taquillas avisando de la dureza conceptual de la película y recomendando su salida inmediata de la sala en caso de aburrimiento extremo, también devolvían el dinero de la entrada para evitar la pataleta. Esto me parece, no solo tratar al espectador como un niño de tres años y presuponer su ignorancia y su incapacidad para gozar de una narración heterodoxa, si no fomentar la mediocridad y la falta de espíritu crítico.


domingo, 11 de septiembre de 2011

"BRIDESMAIDS" Paul Feig (2011)



No sé cómo he podido tardar tanto en ver La Boda de mi mejor amiga (Bridesmaids) con las ganas que tenía desde que supe de su existencia hace unos meses. Quizá porque esperaba un acontecimiento grupal y femenino, de esos que se dan rara vez ya, que nos reuniera en una sala de cine, con palomitas, chuches y toda la pesca, dispuestas a identificarnos con las protagonistas y reírnos de nosotras mismas. Pero quizás porque la he visto más sola que la una, la comedia desternillante se convirtió al final en alguna cosa más emotiva. Imposible suspender la drama-queen que hay en mí.

Paul Feig
también director de la serie cómica Freaks and Geeks que descubrió a James Franco y Seth Rogen, ya me hizo reír a mandíbula batiente con Lío Embarazoso (Knocked up), a pesar de la porquería de título en español. Una película descarada, super fresca con un humor freak y del cual me he apropiado para uso personal alguna coletilla, como “las mejores cosas siempre vienen de dos en dos: Fíjate en Volcano y Dante’s Peak o Deep Impact y Armagedon”. Junto con Judd Apatow y su inconfundible sello como productor, Kristen Wiig, una de las mejores comediantes actuales perteneciente a la corte irreverente del SNL que protagoniza el film y firma el guión junto con su compañera de troupe cómica en The Groundlings Annie Mumolo, Bridesmaids abre todo un mundo de posibilidades en la comedia actual americana (y la cada vez mayor aportación de cómicas como Tina Fey o Sarah Silverman) y se revela como la comedia del año, al nivel de The Hangover 2 de la que me declaro fan absoluta después de hacerme pasar los mejores momentos en una sala de cine.




Annie (Wiig), cuya vida dio un vuelco cuando quebró su pequeño  negocio de pastelería junto con su relación amorosa, comparte frustraciones y alegrías con su amiga de la infancia Lillian (Maya Rudolph), que, tras comprometerse con su novio, nombrará a Annie madrina de honor y la responsable de organizar todo el cotarro bodil. El problema viene cuando la nueva amiga de Lillian, la perfectísima Hellen (Rose Byrne), empieza a cobrar protagonismo y crea cierta distancia entre las amigas provocando los arrebatos más esperpénticos de una cada vez más histriónica Annie, una completa loser de desastrosa vida amorosa y capacidad infinita para liarla parda.  




Olvídate de una película de chicas al uso. La boda de mi mejor amiga empieza ya fuerte con un polvo de risa con Ted (John Hamm, mucho menos apetecible que en Mad Men) el follamigo de Annie. Al minuto 5, cuando ella se levanta con sigilo para arreglarse, volver a la cama y fingir que se despierta perfecta ya me había enamorado completamente del personaje y sabía que cualquier cosa que hiciera me iba a producir una infinita simpatía. Y es que todo está dotado de una profunda sensibilidad, de una sincera autoparodia, de un guión  y una puesta en escena que da barra libre de improvisación a los actores, que forjan sus personajes con fuerte gestualidad,  de tal manera que ciertas situaciones nos parecen haberlas vivido en primera persona una noche de borrachera, donde el tiempo se dilata y uno no se cansa de hacer el capullo.




Y es que se trata de eso, de hacer el capullo, de que las chicas, la pelis de chicas también pueden ser gamberras, también pueden tener ataques de diarrea y cagarse encima (uno de los mejores gags de la película), tener ataques de ira y de celos en pro de la exclusividad amiguíl sin que eso suene a rollo-bollo, hacer el ridículo hasta límites insospechados, imitar a una polla con huevos incluidos ("los codos no me permiten hacerlos redondos") y reírse de una misma, de la feminidad y todas sus teorías sin ambages. Pero además, La Boda de mi mejor amiga, suelda todo esta metralleta de vandalismo cómico con una sensibilidad y una gracia exquisita. Y lloré. Lloré en la comedia más macarra porque obviamente también hablaba de mí, de la soledad que comporta ciertas decisiones, del miedo a la perdida de aquello amado y cercano, miedo de los cambios, del abismo de la madurez y la edad adulta unido al complejo de loser-peterpanesco que acompaña a mi generación y a la de mis compinches.

Me declaro absolutamente enamorada de este film. Porque soy chica, pensaréis: pues igual sí, obvio, ¿para qué negarlo?, es un tipo de humor con una sensibilidad muy cercana y una patanería femenina que sorprende cuando la ves reflejada en pantalla (porque son cosas que nos pasan a la mayoría, pero que pocas veces se desvelan)  pero también porque amo el cine sincero, sencillo en su finalidad pero rico en texturas, capaz de arrancarme una carcajada desde las entrañas. Y éste lo es.

domingo, 21 de agosto de 2011

"SUPER 8" J.J Abrams (2011)




Si bien la generación de los nacidos en los 80 ostenta con orgullo el estandarte de “generación nostálgica” seguramente será por aquella sensación de optimismo que caracterizó una época, tanto de bonanza económica en numerosos países occidentales, como, ya dentro de nuestro país, cierta ruptura con el pasado y aires de libertad tras cuarenta años de régimen franquista. Era un momento en el que todo era posible, en la que la actual crisis económica era impensable y nadie había oído hablar del cambio climático ni del terrorismo islámico, donde el neoliberalismo daba sus primeros pasos, los rusos seguían siendo los malos y se auguraba un brillante futuro para las nuevas generaciones. Todo ello sumado al crecimiento y desarrollo de las nuevas tecnologías y de los medios de comunicación de masas que se encargaron de hacer llegar la cultura popular mediante series, películas, videojuegos, etc.

Por aquel entonces, Spielberg había creado un nuevo imaginario colectivo lleno de extraterrestres buenos que querían volver a su casa, extraterrestres buenos que querían que tú fueses a la suya, tiburones hambrientos y arqueólogos intrépidos, pero también, con la creación de Amblin Entertaintment, fomentó la aparición del cine que nutrió a toda una generación y que en cierta medida los (nos) formó: Los Goonies (R.Donner, 1985), Gremlins (J.Dante, 1984), Regreso al Futuro (R.Zemeckis, 1985), El secreto de la Pirámide (B.Lewinson, 1985) y series de TV como Cuentos Asombrosos. En línea con ese tipo de películas de los 80, Amblin, Spielberg y J.J Abrams (guionista y director de la archiconocida y adictiva Lost) crearon Super 8, una maravilla anacrónica, cargada de nostalgia pero también arquetípica y universal, por lo tanto, clásico instantáneo. Anacrónica, porque, a pesar de estar ambientada a finales de los 70 principios de los 80, el lenguaje, el ritmo y la técnica son completamente actuales, claramente influenciados por la TV. No obstante, Super 8 no podría estar ambientada hoy en día, porque, lo que hace especial esta historia es la inocencia que desprende, su optimismo y esperanza en las nuevas generaciones, algo de lo que carecemos hoy en día.




Tras un inicio muy Lost, donde se nos cuenta de una forma muy sutil la pérdida materna de Joe y un conflicto entre adultos, Super 8 nos pone en la piel de un grupo de chavales empeñados en terminar su película sobre zombies. Cada uno, como en el cine real, encargado de su cometido, dispuestos a sacrificar horas de sueño y saltarse reglas parentales para terminar su peculiar obra colectiva. La colectividad será esencial, pues el grupo es más bien un solo personaje multicéfalo. No obstante Joe (Joel Courtney) y Charles (Riley Griffiths), director y mente creativa del cotarro, amigos desde la infancia y la nueva integrante de la troupe, Alice, magnífica Ellen Fanning, serán quien hagan avanzar la historia. Tras escaparse para grabar furtivamente una secuencia de la película en una destartalada estación ferroviaria, serán testigos de un aparatoso accidente de tren que descarrilará dejando libre lo que parece ser un peligroso misterio militar. Testigos de las últimas palabras de su profesor de química, que provocó a propósito el accidente, el grupo intentará seguir adelante con su película a pesar de que el pueblo empieza a sufrir extraños acontecimientos y desapariciones. Será, gracias a la película de super 8 que grabaron, cuando descubran qué cosa anda suelta en el pueblo. Adultos y niños empiezan paralelamente la resolución del misterio, poniendo en evidencia el alto grado de incomunicación que existe entre ellos. La incapacidad de los adultos para resolver problemas, desde un malentendido relacionado con la muerte de la madre de Joe, hasta la lidia con un monstruo de otra galaxia, es claramente notable, cosa que refuerza el discurso apasionado de los niños, la fe en el futuro, en definitiva, la fuerza que hace que la historia siga su curso, como en Los Goonies enfrentados a los Hermanos Fratelli o el grupo de amigos de Stand by me (R.Reiner, 1986) que, a pesar de sus traumas familiares y defectos, emprenden una aventura que les llevará a madurar y convertirse en adultos mejores.



Durante gran parte de la película, aquello monstruoso se nos muestra, tal y como ya hizo J.J Abrams como guionista en su primer largo Cloverfield (M.Reeves, 2008), siempre en segundo plano o fuera de campo. Es inevitable pues, tal y como él mismo afirmó, la influencia de Alien (R. Scott, 1979) en muchas secuencias donde solo vemos un escurridizo y algo crustáceo alien haciendo de las suyas en las noches del pequeño pueblo de Lillian (Ohio). No se nos revelará la verdadera intención de extraterrestre hasta que, gracias de nuevo al cine, el grupo encuentre en las “mazmorras” del colegio las películas de super 8 de su profesor, que contienen parte de la resolución del misterio, tal y como hacían aquellas cintas del Profesor Chang en cada una de las Estaciones Dharma de la isla de Lost. El extraterrestre en definitiva, como E.T (S.Spielberg, 1982), sólo quiere volver a su casa, construir su nave y largarse a su planeta, algo que sólo los críos, sobretodo Joe, comprenderá y que se manifestará en una de las escenas más conmovedoras del film, que nos recuerda, irremediablemente al entrañable alien cabezón de ojos azules creado por Spielberg.



Los adultos, encerrados en sus traumas y rencores, o demasiado ocupados, no acaban de comprender a sus hijos, sobre todo no comprenden su pasión por el cine. Una pasión claramente inspirada en las infancias de Steven Spielberg (en más de una ocasión ha compartido que sus primeras filmaciones fueron choques de sus maquetas de trenes eléctricos) y J.J Abrams. Y el amor al cine es aquí incuestionable, no sólo por las abundantes referencias cinéfilas o por que manifiesta esa obsesión puramente vocacional de los chicos, sino también porque es una película cuidada: un regalo para todos los nostálgicos.

No obstante, la nostalgia no lo es todo, porque no tengo duda de que las nuevas generaciones sabrán apreciar Super 8 como lo que es, una película emotiva, de fuerte personalidad, muy entretenida y con un soberbio sentido del humor hasta en las ocasiones más inesperadas. Algo poco visto últimamente, alejada del nihilismo o la rabia, o de las temáticas postapocalípticas y autodestructivas tan abundantes hoy en día. Tras este discurso de “abuela cebolleta” no con ello quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí, posiblemente más inocente.

lunes, 11 de julio de 2011

"White Material" Claire Denis (2009)






Creo que es ya la tercera vez que hablo en este blog de una película de Claire Denis, así que queda más que claro que es una de mis cineastas actuales favoritas a la que admiro y de la que disfruto con cada uno de sus films. No obstante, White Material, primera de sus películas estrenada en España no es, ni de lejos, mi favorita.

Los caminos de la distribución cinematográfica española son inescrutables, y muchas veces absurdos y paradójicos, así que no sé porqué razón se decidió estrenar este film y no otro de su vasta e interesante filmografía. Por no hablar de la traducción del título original (Una mujer en África), que no le hace para nada justicia y la convierte en una suerte de telefilm de mediodía o bien película de domingo por la tarde apta para abuelitas, despojandola de ese componente tan objetual, tan concreto y casi peyorativo que tiene el nombre original, en inglés, para más inri. A pesar de estos “obstáculos” nos encontramos ante un film rico con características y problemáticas que hemos podido ver en obras anteriores de Denis.



El placer de seguir a los personajes de cerca, escrutándolos con primeros y primerísimos planos, acompanándolos sea en tractor, furgoneta o motocicleta, donde la cámara parece ir pegada a los protagonistas es un signo identificativo de su cine. Situada en un país ex-colonia francesa en plena revolución o guerra civil, encontramos a María Vial (Isabelle Huppert) y su desfragmentada e inestable familia. Su obsesión enfermiza por salvar la plantación de café, en medio del absoluto caos y del miedo que reina entre sus jornaleros, le llevará a desoir las advertencias de todos (familiares, amigos incluso ejército francés) y se negará a abandonar las tierras, no por un sentimiento de apego y amor al terruño sino más bien por un sentimiento posesivo de la propiedad y un miedo tenaz de volver a Francia, cosa que significaría la asunción de su derrota y la confirmación del fracaso de su proyecto de vida. Por si no bastara una guerra civil, un ex-marido, Christopher Lambert, y un ex-suegro algo siniestro y un hijo al borde de la locura (una locura que no acaba ni de comprenderse ni de desarrollarse plenamente) también aparece en escena una especie de figura mitológica, un soldado rebelde malherido apodado El boxeador (Isaach de Bankolé), que es buscado por unos y por otros, pero del que no acabamos de saber el porqué de su cacería, quién lo ha herido y qué ha hecho en su pasado para terminar escondido en el granero de casa de María.



A pesar de mi amor por Denis, de la honestidad del film (de todos sus films), alejado de los tópicos paisajes de la África colonialista y del tufillo de culpabilidad que rezuman muchas películas situadas en un contexto similar, White Material no acaba de tener todos los cabos atados. Denis, hace, no obstante, un buen uso de la elipsis y del flashback para contarnos esta historia, y como siempre, parte de la magnífica atmósfera del film, se debe a la música de sus amiguísimos Tindersticks, pero otros factores oscurecen su buena mano: María, la protagonista principal, es un personaje demasiado embebido en su mundo, se muestra algo plano y repetitivo. Su hijo, Manuel (Nicolas Duvauchelle), es un personaje “inacabado”, tal y como lo describen una vez dentro del film. Su conversión en “el perro amarillo”, un loco con la cabeza rapada y tatuajes un poco de pega, es forzada y precipitada. El malparado suegro se excede en su decisión final, sin un motivo suficientemente de peso y sobre todo, la figura más enigmática y que más juego podría dar, el Boxeador, está más que relegada a un segundo plano (tercero o cuarto más bien) sin dejarnos claro cual es su papel en todo este berenjenal.

Que esto, sin embargo, no nos impida disfrutar de su buenhacer, aunque no sé si la decisión de estrenar esta película justo ahora, y con la escasa acogida de prensa y público, será determinante a la hora de poder ver en salas sus próximas historias. Espero sinceramente no ser agorera y llamar al mal tiempo. Larga vida a Claire Denis.

viernes, 25 de marzo de 2011

NEVER LET ME GO (2010) Mark Romanek



No nos dejemos engañar por la promoción, por el bucólico poster o por las imágenes de la lánguida Keira que nos podamos encontrar en webs, vallas publicitarias y revistas sobre cine. Lo que tenemos delante es un cuento bien perverso articulado en forma de pieza artística que, a pesar de un gran esfuerzo y la belleza que transpira, no acaba de funcionar completamente.

A partir de la novela homónima de Kazuo Ishiguro, Romanek nos situa en un pasado/futuro distópico donde las enfermedades más agresivas han desaparecido gracias a un sistema de clones que, llegados a la madurez, donarán sistemáticamente sus órganos para salvar la vida de los pacientes que lo necesiten. Los donantes son educados en colegios donde su contacto con el exterior es nulo aunque gozan de cierta libertad, al menos moral y creativa, a pesar de su internamiento. En el colegio de Hailsham encontramos a Kathy H.(Carey Mulligan) narradora de la historia, Tommy (Andrew Gardfield) y Ruth (Keira Knightley), que pronto formarán un triángulo amoroso al llegar a la adolescencia.



Sucede que, lo que en Monsters (2010) se vendió como una historia de alienígenas cuando en realidad era una historia de amor indie, en Never Let me go se nos narra una historia de ciencia ficción maquillada de historia de amor. La actitud de los donantes una vez revelada su función es de absoluta resignación y aceptación, pero se trocará en incertidumbre y rabia cuando, una vez adultos y enamorados deciden aplazar su cruel destino. Una especie de “stop, in the name of love” que no será escuchado puesto que su único cometido y fin en la sociedad es la de morir antes de la edad madura para salvar a otros.



La visita de Kathy y Tommy a Madame, una vez Ruth expía su sentimiento de culpa por no haber dejado durante años que ellos dos disfrutaran del amor que se profesaban mutuamente, es como la charla que el replicante Roy tiene al final con Rick en Blade Runner, donde, a pesar de demostrar su humanidad, de individuo que siente, padece y es capaz de crear, para la sociedad no deja de ser una máquina, un mero instrumento. “Os compadezco, criaturas” dice la madame acariciando la mejilla de Kathy mientras derrama una lágrima de resignación (como las “lágrimas que se perderán en la lluvia” de Roy, el replicante) después de creer que el amor podía salvarlos. Con este gesto comprendemos que, lo que en un principio creíamos un sistema represor que educaba pero que mantenía aislados a los donantes era simplemente la última forma de mantener la dignidad de unos seres que no son considerados ni siquiera humanos. Después sólo queda “las fabricas de pollos” como apunta uno de los personajes, donantes industrializados tratados como meros continentes.



Situado en una Inglaterra bucólica de mediados de los 70 (aunque la narración sea más bien atemporal) que sin querer nos recuerda a ese futuro retro de Fahrenheit 451 (1966)de Truffaut y un poco a The Village (2004) de M. Night Shyamalan sobre todo el contexto del internado y sus historias, Romanek (genio del videoclip que debutó en el cine con Static (1985), aunque fue más conocido tras One hour photo (2002), demuestra su buen hacer, con un tratamiento una pieza casi artística, pero que, como también sucedía con la última película de Jane Champion, Bright Star (2009), parece no acabar de reconocer las formulas narrativas que acaben de seducir al espectador , aunque su belleza formal sea extraordinaria así como el tratamiento del paisaje y los ambientes en correspondencia con los sentimientos y estados vitales de los protagonistas, la infancia en plenitud, vivida en un acogedor colegio en plena campiña y más tarde en una declinación hacia un paisaje más sórdido, vacio y frío. No deja de ser interesante, por otra parte, y viniendo de quien viene y del terreno del que viene, la fe que profesan los protagonistas en el arte. La fe en su capacidad creadora y la inocente ilusión de cómo ésta (junto al amor) puede salvarles de su inefable destino, pero para los demás el arte era sólo una prueba, finalmente desoída, de, ya no que su alma era pura y eran criaturas creativas y capaces, sino de que simplemente eran.

miércoles, 23 de marzo de 2011

BOARDWALK EMPIRE: Intro, sueños y arte


Sigo fascinada por la intro de Boardwalk Empire, la nueva serie de la HBO con Steve Buscemi, producida por Martin Scosese y Mark Wahlgberg. La calidad de las producciones de la HBO es ya indiscutible después de series memorables como Los Soprano (sin duda mi favorita) o The Wire, y con Boardwalk Empire, que nace con el sello Scorsese en el primer capítulo, no parece quedarse atrás.

La intro nos muestra unas imágenes de ensueño, donde el protagonista , Enoch “Nucky” Thompsom , aparece en la orilla de la playa de Atlantic City, mirando al mar, bajo un cielo radiante que pronto se trocará en cielo de tormenta. Una tormenta onírica que trae a la orilla millares de botellas de whisky, producto con el que Mr. Thompson se lucra de forma ilegal en plena ley seca. El hombre frente al mar, la tormenta, los conflictos que le traerá su turbio negocio, cómo el mar se vuelve alcohol, cómo los caros zapatos de Nucky se bañan al subir la marea y cómo estos, inmediatamente después aparecen secos, el sol vuelve a salir y se dirige de nuevo a la ciudad, que aparece desdibujada en el horizonte como si del mismísimo Oz se tratase.



El hombre frente al mar en soledad, frente a la inmensidad de lo insondable, del destino si se cree en él, que lentamente saca un cigarrillo de la pitillera y fuma, no con resignación, sino más bien con cierta curiosidad ante lo que viene, como el Don Draper de la intro de Mad Men, (serie esta vez de AMC), que fuma en un sillón de espaldas al espectador, pero de cara a los diversos avatares de la vida moderna. Una iconografía que, aunque remite al héroe moderno, individuo que se enfrenta a los problemas en soledad, no nos habla de romanticismo, sino más bien de surrealismo, al surrealismo del día a día. Y aquí mencionaríamos a Magritte y su Le fils de l’homme por ejemplo, debido el carácter onírico de la escena y por lo surrealista (las botellas de alcohol que emergen del fondo del mar) que en este caso vincularía, por la repetición absurda del motivo, a Goldconda donde sobre una ciudad llueven decenas de hombres con traje y bombín. Botellas y hombres de negro con sombrero hongo, el cielo y el mar abierto.
















En el cine, si bien el cine no es ya un “gran sueño colectivo” (parafraseando a Jean Cocteau), la representación de los mismos siempre ha sido complicada. Bergman, en su autobiografía Linterna Mágica decía lo siguiente: “Cine como sueño, cine como música. Cuando el cine no es documento, es sueño… Por eso Tarkovski es un visionario, tal vez el más grande de todos”, entre los que también podríamos incluir a Fellini, Kurosawa o Buñuel.” No sé si Scorsese está a nivel de de estos tres pilares de la historia del cine, me refiero a alcanzar la excelencia en cuanto a representación del sueño, aunque en Shutter Island tiene amagos realmente lúcidos. No obstante, me sorprende de buen grado la fascinación por el sueño dentro de la narración que parece tener la nueva corriente de ficción televisiva. Recuerdo un maravilloso capítulo de Los Soprano en el que, prácticamente todo el capítulo era sueño, o un sueño dentro de un sueño (Fincher , pensaremos, aunque era más bien Lynch, a mi entender máximo exponente vivo de la actual representación onírica en cine) en el que se decía más de toda la serie y su idiosincrasia que en 6 temporadas juntas. Justo Los Soprano, con su trama muy de la mano de referencias psicológicas y psicoanalistas (freudianas y jungianas), el componente onírico e interpretativo de las imágenes es crucial.









Hay sueños maravillosos dentro de las narraciones cinematográficas; ¿cómo no pensar en el sueño de Los olvidados de Buñuel, Spellbound con un sueño escenografíado por Dalí, surrealista entre los surrealistas, el inicio de Otto e mezzo de Fellini o Mullholland Drive?, por citar los más destacados, pero, no me quiero ir del tema, y el tema es Boardwalk Empire y como su inicio, sueño jeroglífico, nos revela algunas pistas y claves que sólo podemos comprender si continuamos viendo,( en este caso continuar viendo la serie), si continuamos soñando colectiva o solitariamente. A pesar de los sinsabores del último cine, la ficción televisiva nos ofrece algunas guindas a las que cada vez más estamos acostumbrados a no ver en el cine.