martes, 9 de febrero de 2010
"La Cinta Blanca" Michael Haneke (2009)
Theodor W. Adorno, en uno de sus escritos sobre pedagogía se preguntó una vez qué mecanismos harían posible que una monstruosidad como el nazismo volviese a ocurrir. Buscar las razones políticas o históricas del nazismo es un trabajo duro pero posible, buscar las razones humanas, es decir, cómo llegó el alma humana a corromperse a tal extremo, cómo los valores básicos se pudrieron dando paso a una amoralidad perversa es prácticamente imposible. No obstante es justamente eso lo que ha pretendido hacer Michael Haneke en “La cinta blanca”. Estamos en un pequeño pueblo de Alemania hacia el 1913, dónde el accidente a caballo del médico del pueblo, al parecer intencionado, rompe la aparente armonía de la comunidad. El pueblo es gobernado por un barón y su familia y supeditado al ritmo que marca el trabajo de la tierra. Cada familia tiene varios hijos, que coinciden en el coro de la iglesia: los hijos del pastor sufren en sus carnes la rígida y represiva educación de sus padres, con castigos físicos y humillaciones, sin atisbos de compasión o cariño. Están los hijos del médico, una muchacha sacrificada que cuida a su pequeño hermano mientras sufre los abusos de su padre, el médico. Una familia de campesinos cuyos hijos, ante la injusticia del barón, destroza la cosecha de coles, una comadrona cuyo hijo sufre una disminución psíquica y es, a su vez, la amante del médico a la que desprecia y maltrata. Por último tenemos la figura conciliadora del maestro de escuela, (que es, a su vez, el narrador de la historia en voz en off, algo que en cierta manera lanza un paralelismo com “Dogville” de Von Trier) enamorado de la niñera de los hijos del barón: una muchacha tímida que encarna la inocencia y la pureza. Poco a poco, los “accidentes” y las brutalidades (la quema de un granero, el secuestro y maltrato del hijo del barón y del hijo retrasado de la comadrona) se suceden en el pueblo sin saber quien es el ejecutor.
En un clima de desconfianza, bajezas morales, abusos, castigos, venganzas y represiones crecen estos niños como el trigo en las cosechas. ¿Fueron estos los “mecanismos” que engendraron la semilla del mal en la Alemania pre-nazi?. Esto mismo se pregunta Haneke de forma magistral.
Con un blanco y negro que recuerda irremediablemente a Dreyer y una utilización del paisaje como metáfora que nos remite a Tarkovsky , Haneke ha querido con “La cita blanca” explorar los recovecos del alma de cada uno de los personajes mediante la narración de un cuento perverso. Almas emponzoñadas, viles, inmisericordes…ni el maestro, al parecer más concienzudo y con un sentido de la justicia a primera vista más desarrollado, se salva de la bajeza moral, cuando, tal y como hicieron muchos durante el auge del nazismo, acepta el consenso final sin rechistar y da media vuelta, sin escarbar en los hechos que predice, para vivir su vida con su mujer. Somos nosotros, de hecho, los espectadores, a los que Haneke nos obliga a mirar de frente en el plano final, donde vemos, congregados, a todos los habitantes del pueblo, incluido los niños.
Hay pasajes que ponen los pelos de punta y lo primero que a una le viene a la cabeza es a Bergman, sobre todo la conversación desgarradora y humillante entre el médico y la comadrona (¿a caso este diálogo desentonaría en “Gritos y Susurros”?. Para nada.) o el plano fijo enmarcando la puerta tras la que se están ejecutando los castigos a los niños mientras oímos sus gritos de dolor (¿a caso no recuerda esto a “Fanny y Alexander” o “La hora del lobo”?).
En una época de fuegos artificiales, de montañas rusas en 3D, en una época donde prima el pasmo y el más difícil todavía, es un lujazo encontrarse con esta joya que te reconcilia con el cine actual y te llena de esperanza. Una película sutil, profunda y, a su vez una bellísima metáfora de aquello que tiempo atrás Hannah Arendt denomino como “la banalidad del mal”.
Título V.O.: Das weisse band
Año de producción: 2009
Distribuidora: Golem
Género: Drama
Clasificación: No recomendado menores de 13 años
Estreno: 15 de enero de 2010
Director: Michael Haneke
Guión: Michael Haneke
Fotografía: Christian Berger
Intérpretes: Ulrich Tukur (El barón), Burghart Klaussner (El Pastor protestante), Steffi Kühnert (La esposa del Pastor), Christian Friedel (Profesor del colegio), Leonie Benesch (Eva), Ursina Lardi (La baronesa), Michael Kranz (El profesor en casa)
martes, 2 de febrero de 2010
Huelga de cine
Partiendo de la base de que la industria cinematográfica en este país está practicamente en pañales (bueno, no exageremos, digamos que acaba de hacer la comunión) no favorece para nada una ley como la que obliga a que el 50% de las películas, que superen las 20 copias, distribuidas y exhibidas en Catalunya sean dobladas o subtituladas en catalán.
Los abanderados de la causa dicen que “garantiza la libertad lingüística y cultural”, que “se defiende el derecho de los catalanes de ver cine” en su lengua. Los exhibidores, en su mayoría, temen que esta ley les hará perder dinero (sólo un 2’9% de los espectadores escogen al opción en catalán), los distribuidores amenazan con no acatar la ley por lo que, los exhibidores, ante el incumplimiento, deberán cerrar sala. Sea como sea, el cine y sus espectadores sale perdiendo, porque ¿Quién defiende al cine?.
Un manifestante, leo en El País, confiesa haber ido a la manifestación a favor de la ley porque considera que “los empresarios apátridas sobran”. Yo diría que sobran los empresarios y punto, pero esto resultaría un comentario trasnochado y bastante iluso, teniendo en cuenta cómo está el mundo. No me interesa que un empresario se sienta patriótico, me interesa que un empresario sepa ver que el cine, como industria cultural, como bien de la humanidad, arte al fin y al cabo (aunque…esto es otro debate) justamente de lo que carece es de patria. Otro apunta a que “sólo les interesa el dinero” y no la promoción de una lengua. De verdad, vuelvo a repetir ¿quién se encarga de defender al cine en medio de todo esto?.
A aquellos que disfrutamos de él, aquellos a los que ir al cine constituye una especie de ritual, un lugar en el que sentirse a salvo, el único lugar en el que, yo personalmente, siento que nada malo puede ocurrirme, esta ley, estas reacciones, este tufillo político nos sobra. Quien ama el cine, sabe que parte de su encanto reside en sus actores, en su voz, la cadencia, la modulación. Es una herramienta fundamental en toda interpretación, sin la cual, simplemente se puede considerar que se ha entendido la película a medias, o es simplemente no se ha entendido. Yo quiero oír la voz de Clooney, saber si es americano o francés, saber si es un americano haciendo de francés o ni una cosa ni otra y eso ni con el doblaje en catalán o en castellano se puede saber.
¿De verdad nos interesa ver a George Clooney hablando en catalán?, ¿favorecerá esto la integración de los inmigrantes?, a 7€ la entrada de cine, ¿son muchos los inmigrantes que pueden permitirse ir al cine?, y , ¡no sólo los inmigrantes, leñe!, que al final siempre echamos mano de ellos cuando de política lingüística se trata. ¿Me voy a sentir más catalana si veo películas en catalán aunque esta este rodada en rumano?.
¿Por qué hacemos del bilingüismo un problema cuando es una verdadera virtud?. Yo, como catalano parlante, defiendo el derecho a ver cine en su lengua original subtitulada, pero sobre todo defiendo lo que de verdad tendría que empezar a defenderse, y es un cine de calidad, no importa sea en catalán, castellano o suomi.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)