Si bien la generación de los nacidos en los 80 ostenta con orgullo el estandarte de “generación nostálgica” seguramente será por aquella sensación de optimismo que caracterizó una época, tanto de bonanza económica en numerosos países occidentales, como, ya dentro de nuestro país, cierta ruptura con el pasado y aires de libertad tras cuarenta años de régimen franquista. Era un momento en el que todo era posible, en la que la actual crisis económica era impensable y nadie había oído hablar del cambio climático ni del terrorismo islámico, donde el neoliberalismo daba sus primeros pasos, los rusos seguían siendo los malos y se auguraba un brillante futuro para las nuevas generaciones. Todo ello sumado al crecimiento y desarrollo de las nuevas tecnologías y de los medios de comunicación de masas que se encargaron de hacer llegar la cultura popular mediante series, películas, videojuegos, etc.
Por aquel entonces, Spielberg había creado un nuevo imaginario colectivo lleno de extraterrestres buenos que querían volver a su casa, extraterrestres buenos que querían que tú fueses a la suya, tiburones hambrientos y arqueólogos intrépidos, pero también, con la creación de Amblin Entertaintment, fomentó la aparición del cine que nutrió a toda una generación y que en cierta medida los (nos) formó: Los Goonies (R.Donner, 1985), Gremlins (J.Dante, 1984), Regreso al Futuro (R.Zemeckis, 1985), El secreto de la Pirámide (B.Lewinson, 1985) y series de TV como Cuentos Asombrosos. En línea con ese tipo de películas de los 80, Amblin, Spielberg y J.J Abrams (guionista y director de la archiconocida y adictiva Lost) crearon Super 8, una maravilla anacrónica, cargada de nostalgia pero también arquetípica y universal, por lo tanto, clásico instantáneo. Anacrónica, porque, a pesar de estar ambientada a finales de los 70 principios de los 80, el lenguaje, el ritmo y la técnica son completamente actuales, claramente influenciados por la TV. No obstante, Super 8 no podría estar ambientada hoy en día, porque, lo que hace especial esta historia es la inocencia que desprende, su optimismo y esperanza en las nuevas generaciones, algo de lo que carecemos hoy en día.
Tras un inicio muy Lost, donde se nos cuenta de una forma muy sutil la pérdida materna de Joe y un conflicto entre adultos, Super 8 nos pone en la piel de un grupo de chavales empeñados en terminar su película sobre zombies. Cada uno, como en el cine real, encargado de su cometido, dispuestos a sacrificar horas de sueño y saltarse reglas parentales para terminar su peculiar obra colectiva. La colectividad será esencial, pues el grupo es más bien un solo personaje multicéfalo. No obstante Joe (Joel Courtney) y Charles (Riley Griffiths), director y mente creativa del cotarro, amigos desde la infancia y la nueva integrante de la troupe, Alice, magnífica Ellen Fanning, serán quien hagan avanzar la historia. Tras escaparse para grabar furtivamente una secuencia de la película en una destartalada estación ferroviaria, serán testigos de un aparatoso accidente de tren que descarrilará dejando libre lo que parece ser un peligroso misterio militar. Testigos de las últimas palabras de su profesor de química, que provocó a propósito el accidente, el grupo intentará seguir adelante con su película a pesar de que el pueblo empieza a sufrir extraños acontecimientos y desapariciones. Será, gracias a la película de super 8 que grabaron, cuando descubran qué cosa anda suelta en el pueblo. Adultos y niños empiezan paralelamente la resolución del misterio, poniendo en evidencia el alto grado de incomunicación que existe entre ellos. La incapacidad de los adultos para resolver problemas, desde un malentendido relacionado con la muerte de la madre de Joe, hasta la lidia con un monstruo de otra galaxia, es claramente notable, cosa que refuerza el discurso apasionado de los niños, la fe en el futuro, en definitiva, la fuerza que hace que la historia siga su curso, como en Los Goonies enfrentados a los Hermanos Fratelli o el grupo de amigos de Stand by me (R.Reiner, 1986) que, a pesar de sus traumas familiares y defectos, emprenden una aventura que les llevará a madurar y convertirse en adultos mejores.
Durante gran parte de la película, aquello monstruoso se nos muestra, tal y como ya hizo J.J Abrams como guionista en su primer largo Cloverfield (M.Reeves, 2008), siempre en segundo plano o fuera de campo. Es inevitable pues, tal y como él mismo afirmó, la influencia de Alien (R. Scott, 1979) en muchas secuencias donde solo vemos un escurridizo y algo crustáceo alien haciendo de las suyas en las noches del pequeño pueblo de Lillian (Ohio). No se nos revelará la verdadera intención de extraterrestre hasta que, gracias de nuevo al cine, el grupo encuentre en las “mazmorras” del colegio las películas de super 8 de su profesor, que contienen parte de la resolución del misterio, tal y como hacían aquellas cintas del Profesor Chang en cada una de las Estaciones Dharma de la isla de Lost. El extraterrestre en definitiva, como E.T (S.Spielberg, 1982), sólo quiere volver a su casa, construir su nave y largarse a su planeta, algo que sólo los críos, sobretodo Joe, comprenderá y que se manifestará en una de las escenas más conmovedoras del film, que nos recuerda, irremediablemente al entrañable alien cabezón de ojos azules creado por Spielberg.
Los adultos, encerrados en sus traumas y rencores, o demasiado ocupados, no acaban de comprender a sus hijos, sobre todo no comprenden su pasión por el cine. Una pasión claramente inspirada en las infancias de Steven Spielberg (en más de una ocasión ha compartido que sus primeras filmaciones fueron choques de sus maquetas de trenes eléctricos) y J.J Abrams. Y el amor al cine es aquí incuestionable, no sólo por las abundantes referencias cinéfilas o por que manifiesta esa obsesión puramente vocacional de los chicos, sino también porque es una película cuidada: un regalo para todos los nostálgicos.
No obstante, la nostalgia no lo es todo, porque no tengo duda de que las nuevas generaciones sabrán apreciar Super 8 como lo que es, una película emotiva, de fuerte personalidad, muy entretenida y con un soberbio sentido del humor hasta en las ocasiones más inesperadas. Algo poco visto últimamente, alejada del nihilismo o la rabia, o de las temáticas postapocalípticas y autodestructivas tan abundantes hoy en día. Tras este discurso de “abuela cebolleta” no con ello quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí, posiblemente más inocente.
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