miércoles, 11 de abril de 2012

"TAKE SHELTER" Jeff Nichols (2011)


El auge de las películas (pre- y post) apocalípticas y catastróficas, sumado a las noticias diarias  cada vez más espeluznantes (esto suena muy  Piqueras), hace pensar a uno que el Fin está cerca. Agoreros de todo tipo vienen anunciándolo año sí, año no, alegando cualquier tipo de excusa: desde el calendario Maya, al cambio climático pasando por aquel hito noventero del “efecto 2000”. Tantas veces se ha repetido, que ya  no nos lo creemos, o casi. Jeff Nichols, jovenzuelo poco conocido en nuestro país pero con un fabuloso film de debut (Shortgun Stories),  elabora un film catastrofista más metafísico, más íntimo (en la estela de The Road) que nos plantea la duda de si creer o no las alucinaciones proféticas de Curtis LaForche (Michael Shannon), un obrero de la rural Ohio, casado con su bella y devota esposa Sam (Jessica Chastain) y padre de una niña sorda a la que adora.


Curtis empieza a tener pesadillas que se convierten en alucinaciones, donde la acción siempre empieza con el estallido de una tormenta. Sucesivamente, aparecerán en sus sueños seres cercanos o sombras fugitivas desconocidas ambas con malvadas intenciones. Cuando los sueños  y las visiones de una gran tormenta se vuelven más intensas, Curtis se pregunta si, como su madre, estará sufriendo algún tipo de trastorno psicótico o bien se encuentra en la antesala de un brote esquizofrénico. Mientras tanto, ante los incrédulos ojos de su mujer y amigos, se obsesionará, hasta el punto de hipotecar su vivienda y la salud de su hija, en la construcción de un refugio contra tornados en su mismo jardín. A medida que los ataques y las alucinaciones aumentan el refugio se convertirá en su única manera de controlar su miedo, cuando en realidad, será más bien una inmersión hacia lo profundo de sus terrores. Un espacio de reclusión, donde la luz de la verdad parece no llegar.
Michael Shannon en la piel de Curtis, logra transmitir el descenso sin frenos, literal y metafórico, hacia lo que parece ser una locura incipiente con una interpretación cargada de matices y momentos eléctricos de gran tensión y dramatismo. Una terrible tormenta está apunto de llegar, repite, fuera de sí delante de todo el pueblo, como una Cassandra contemporánea. Nadie le cree y nadie parece poder ayudarlo, excepto Sam, que se fuerza en comprender e interpretar lo que le está sucediendo a su marido. ¿Está realmente enloqueciendo  como su madre o se trata de un padre sobreprotector, un amante de su familia?


A caballo entre el terror psicológico y una película de aires “terrencemalicknescos”, con escenas del cielo tormentoso, el vuelo caótico y desorientado de los pájaros, la lluvia en los campos y otras escenas cotidianas del día a día de una familia trabajadora en Ohio, Nichols retrata la ira y la angustia que generan señales que son malinterpretadas por los otros y por uno mismo. Enlazando con la introducción sobre el Apocalipsis se nos plantea la pregunta de cómo encauzamos la ira, el miedo y la tendencia de autodestrucción de nuestra civilización: ¿qué lectura hacer de todos los datos catastrofistas, las noticias de guerra, caos, destrucción, etc?, ¿cómo interpretarlos? ¿es la poética de la humanidad?, ¿las civilizaciones tienen sus ciclos?, ¿o todo va a pegar un pepinazo que aquí paz y después gloria? y, si lo decimos en voz alta,¿es que somos unos paranoicos y estamos overreacting un poquín?.


Curtis, interpreta estas señales, sus sueños de la mortífera tormenta que acabará con todo,como locura que le llevará a la enconada oscuridad de su refugio, donde quizás allí, bajo tierra no se vea atacado por sus pesadillas, y nos preguntamos, en una de las secuencias más angustiosas de la película, si saldrá a la luz, si emergerá de su encierro. “Take Shelter” nos plantea muchas preguntas en uno de los finales que me temo será de los más discutidos de la temporada, pero hasta aquí puedo leer.

Este artículo puede leerse también en Fantastic Plastic Magazine

miércoles, 4 de abril de 2012

"LA GUERRE EST DÉCLARÉE" Valerie Donzelli (2011)




La actriz y directora Valerie Donzelli, sorprendió a todos con este su segundo largometraje, elegido para la apertura de la Semana de la crítica en Cannes. La sinopsis de “La Guerre est déclarée” bien podría tomarse como una auténtica tragedia de telefilm de Antena3, con muchos lloros, mucha superación de pareja y con el “basado en un hecho real” incluido, pero en cambio nos encontramos con una obra ligera, enérgica y optimista con continuos guiños a la Nouvelle Vague.
Romeo y Juliette, dos jóvenes y guapos modernos parisinos, se conocen en el frenesí de una fiesta, bromean con sus nombres, se gustan, se enamoran y empiezan una relación que vemos crecer en pantalla de forma muy videoclipesca. Delante de “El Origen del mundo” de Courbet y mediante elipsis vemos como la enamorada pareja acaba de tener su primer retoño: Adam. Con los típicos miedos de unos primerizos afrontan el día a día de su relación, hasta que la pesadilla para todos los padres se convierte en realidad: Adam, de apenas un año, tiene un tumor cerebral. Juliette corre y corre por los pasillos del hospital, como la premonición de aquello que les espera: un laberinto donde no se ve el final. Romeo cae abatido de rodillas y grita de desesperación. Pero no sucumben, y con determinación trazan un plan junto a sus familias para sacar adelante a su pequeño y a su relación: declaran la guerra a la enfermedad, declaran la guerra a la tristeza y el desfallecimiento, la autocompasión. Romeo y Juliette aúnan fuerzas. Son jóvenes y se aman y a pesar de la tragedia seguirán sus vidas, irán a fiestas, reirán, se emborracharan, llorarán y continuarán luchando, junto a Adam.



Valerie Donzelli y Jérèmi Elkaim, pareja durante años, vivieron en sus propias carnes esta trágica experiencia. Pero lo que efectivamente podría haberse convertido en una suerte de ejercicio expiatorio es en realidad una narración cercana y honesta de una historia que Donzelli califica de no-autobiográfica, aunque sí personal. Más allá de la desdichada historia de Adam aflora la historia de la evolución de una pareja donde la enfermedad de su hijo actúa como catalizador. El humor (excelente la extraña conversación en la cama donde cada uno expone sus miedos al otro) y la mezcla de estilos (musical, fantástico, romántico) así como el uso de tres diferentes narradores omniscientes rinde tributo al savoir faire nouvellevaguesco, en clara alusión a grandes del cine francés como Truffaut o Godard. ¡Cómo no recordar “Los 400 golpes” viendo el final de “La guerre est déclarée”, por ejemplo!. 



Donzelli, rodó para mayor frescura y proximidad con los personajes, casi todo el metraje con una cámara fotográfica Canon, convirtiéndola así en una pieza magnífica de low-cost, además de situar la acción en localizaciones reales y empleando también parte del personal sanitario que les acompaño en la larga lucha durante 5 años. De hecho, en parte, el título también es una defensa al sistema sanitario francés, un homenaje a los médicos y enfermeras de la sanidad pública que operaron a Gabriel (el nombre verdadero de su hijo, que además se interpreta a sí mismo a la edad de 8 años), en un momento en Francia en el que empiezan a oírse las primeras trompetas de la privatización.

"LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET" Martin Scorsese (2011)



Si esta crítica tuviera que llevar un título este sería el de “Amor y Pedagogía”, ya que Scorsese, alejado esta vez de sus películas siempre teñidas de conflictos y violencia, se planta en las salas con una historia para toda la familia, cargada de amor por el cine y con voluntad de transmitir ese amor a los más jóvenes.
“La Invención de Hugo Cabret” es una delicia cinéfila para todos los públicos que bien podría tratarse de dos películas en una: por un lado tenemos la historia de Hugo (Asa Butterfield), un joven pre-púber de vida dickensiana, huérfano reciente, vive con su tío, relojero y de mal beber, en la torre de un reloj en una transitada estación de trenes en París. Su padre (Jude Law), también relojero, le inculcó su amor por los relojes, su funcionamiento y toda clase de mecanismos como el oxidado autómata del S.XIX que encuentra olvidado en el almacén de un museo y que ambos querían reparar.

Ahora Hugo, tras la desaparición de su tío, vive solo y bastante triste entre los túneles y pasadizos que llevan a su pequeña habitación en la torre. Mientras engrasa y ajusta el reloj para que siempre dé la hora, espía por entre las rendijas a los personajes que habitan diariamente la estación: la vieja dueña del bar, la joven florista, el pintor bohemio, el temible guardián de la estación con su doberman que perseguirá incansable a Hugo y a cualquier huérfano que se tope en su camino, y el gris y cascarrabias vendedor de juguetes. En sus noches Hugo recuerda a su padre, mientras intenta reparar el viejo autómata. El extraño mecanismo del muñeco y su afán por repararlo le llevará a robar piezas del viejo vendedor de juguetes y a establecer una relación de amistad con Isabelle (Chloë Grace Moretz), su simpática y resabiada hija, que le ayudará a resolver el misterio que esconde el autómata.
La segunda línea argumental, que va perfectamente entrelazada con la melodramática historia de Hugo, es la que surge a flote una vez el autómata se pone en marcha y transmite un misterioso mensaje: un dibujo de una luna con un cohete en el ojo. Gracias a sus ansias de aventura descubrirán que Papa George, padre adoptivo de Isabelle y vendedor de juguetes, es ni más ni menos que un traumatizado y olvidado George Méliès (Ben Kingsley), un auténtico pionero del cine que vio en el invento de los hermanos Lumiere (quienes lo consideraban un artefacto sin futuro) una fuente inagotable de imaginación, magia y sueños. Con la ayuda de un historiador del cine, la figura del cinéfilo por excelencia que bien podría ser el alter ego de Scorsese, intentarán que Papa George no rehúya de su pasado y que comprenda que no ha sido olvidado.





Sin llegar al biopic, pero recordando los documentales cinéfilos de Scorsese, Méliès recordará en flashbacks sus inicios como cineasta. Y aquí, Scorsese pone toda la carne en el asador utilizando para ello una reconstrucción de los escenarios utilizados por Méliès  y que forman parte ya no solo de la historia del cine sino del imaginario colectivo del arte universal. No obstante ya desde el inicio Scorsese deja claro que la utilización del 3D no es baladí y está absolutamente justificada. La cámara, serpentea entre los túneles, entre la muchedumbre de la estación, se disuelve como mantequilla en una sartén y nos proporciona una luminosidad e incluso una artificialidad (que a veces recuerda a Jeunet) digna del propio George. Pero, a su vez, nos convierte en una suerte de espectadores a lo Lumiere, aquellos primeros e inocentes visitantes de barracas que se levantaban asustados de sus sillas al ver acercarse en la pantalla al tren llegando a La Ciotat. Así nosotros nos maravillamos ante la técnica, y a veces se nos escapan las manita como si así pudiéramos sentir la nieve que cae o acariciar al perro que sale abruptamente de la pantalla.




De todos es bien conocida la relación de Martin Scorsese con la fundación sin ánimo de lucro The Film Fundation, que persevera en la conservación del celuloide. “La Invención de Hugo” no es solo un canto de amor al cine, sino también un toque de atención para preservarlo y protegerlo del paso del tiempo y sobre todo del olvido. Hugo, es de hecho un cinéfilo en potencia: voyeur que, escondido tras las manecillas observa las idas y venidas de los pasajeros en la estación, además de ser un enamorado de los mecanismos: los autómatas (tan Hofmannsthalianos, tan Metropolis), los relojes y por supuesto, el cine que no deja de ser otro mecanismo. De hecho, cuando Isabelle, en su ansia aventurera, le confiesa que nunca ha ido al cine, horrorizado la lleva inmediatamente (aunque sea colándose por la puerta de atrás) a una sala parisina donde se celebra el Festival de Cine Mudo. Allí, asombrados verán las peripecias de Harold Lloyd (de nuevo con alusión a los mecanismo), Buster Keaton y claro, George Méliès.
Scorsese, que hace un breve cameo fotografiando a Méliès en su estudio, ha creado una obra vitalista y deliciosa (a partir de la novela gráfica de Brian Selznick), que todo niño y no tan niño debería ver para comprender y amar el cine. Si yo tuviera hijos les llevaría sin dudar a ver “La Invención de Hugo” con la esperanza de que ellos también sintieran amor algún día por este mecanismo “sin futuro”.