martes, 27 de septiembre de 2011

"EL ÁRBOL DE LA VIDA" Terrence Malick (2011)






En primer lugar aclararé que no soy una devota de Terence Malick, con ello quiero decir que respeto su obra pero no me declaro fan. Digo esto porque muchas veces nos pueden los amores incondicionales y nos impiden ver con claridad:  uno debe matar a sus ídolos. En este caso yo  ya fui llorada y realicé mi propio “cinecidio” en casa. Bien es cierto que conociendo el corpus poético de Malick  sabía por donde irían los tiros y tenía cierto temor de ver dos horas de paja mental con muchas cortinas a contraluz y primerísimos planos de pajarillos moribundos. Quizás por estos temores, me gustó más de lo que en un principio creí que me gustaría.
 No nos engañemos, no es una película difícil de ver, pero sí es una película difícil de digerir, más que por su complejidad narrativa, por su exceso de contenidos. El árbol de la vida es una película inabarcable, extremadamente poética, excesiva en todos los sentidos. Querer contar el origen del universo, darnos una lección pseudo filosófica sobre la conceptos estéticos como la Gracia, la Bondad, la Belleza y sus interrelaciones, coquetear con la eterna búsqueda del sentido de la vida y entender el binomio vida/muerte a través de la historia de una familia en los años cincuenta (contando además con la presencia mainstream de Brad Pitt y Sean Pean) quizás sean demasiadas cosas para contar en una sola película.


Los mecanismos e imágenes que empleó en sus últimas películas como La delgada línea roja o El nuevo mundo se vuelven a repetir aquí hasta la saciedad, pero Terence se arremanga y da lo mejor de sí mismo (y de su operador Lubezki, auténtico maestro de la luz) depurando aquello que ya vimos en sus dos anteriores películas: imágenes preciosistas, muchas fruto de horas y horas de rodaje y en ocasiones del puro azar, voz en over, atípica continuidad narrativa, donde un plano no tiene porqué corresponderse con el plano siguiente y una selección de piezas clásicas inmejorables.
El árbol de la vida recuerda en ocasiones a Zerkalo de Tarkovski, una narración personal y nostálgica que reflexiona sobre la infancia y los recuerdos centrándose en la presencia de la madre como símbolo, (en el caso de Tarkovski estaba más relacionado con el concepto Historia) que en Malick se traduce como una presencia más cercana a la verdadera naturaleza de lo divino, representación de la Gracia y  la Bondad (en mayúsculas) y daimon benefactor creadora de vida. Así como Tarkovski hace su propio Amarcord, Malick parece citar en cambio a Otto e mezzo con ese final de redención en la playa del reencuentro, creando un limbo espiritual de perdón y purificación.



Personalmente creo que la clave del cine de Malick reside en que éste va más allá del mero dispositivo cinematográfico, es decir, exige una mirada y un acercamiento que estaría más relacionado con la contemplación del objeto artístico, y en consecuencia de un juicio más cercano a la reflexión estética, que al análisis puramente cinematográfico. No podemos enfrentarnos a una película de Malick con las mismas herramientas que nos enfrentamos a una película de Sodeberg (sin desmerecer). No son la misma liga, es más, no son ni siquiera el mismo deporte. Tal empacho de belleza solo se puede disfrutar si uno se deja llevar y suspende el interés en pro de forjarse un juicio estético, es decir, al más puro estilo Kantiano, dejarnos llevar por las imágenes sin esperar una satisfacción ni una finalidad. No se hasta que punto las recurrentes imágenes de naturaleza (los trigales, el mar, el pájaro que cruza el cielo) son realmente un rebus que crean contenido y sentido narrativo mediante alusiones, o meramente iconos de pura contemplación, de puro goce estético.





Aún así Malick mea fuera de tiesto en muchas ocasiones. Es el exceso lo que acaba pasando factura a la película, como en ese momento Jurassic Park donde uno piensa; “Terence, no hacía falta.”. En su deriva Érase una vez… la vida Malick se pierde para volver a encontrarse en casa de los O’Brian, sus conflictos matrimoniales, su relación con los hijos y sobre todo el paso de la infancia a la madurez del joven Jack , sin duda la parte más interesante del film. Por otro lado y personalmente Brad Pitt no me entusiasma y me recuerda demasiadas veces al personaje de Inglorious Basterds y su mentón salido (cosa que se empeñó en hacer, como si de un Marlon Brando y sus bastoncillos de algodón se tratase, por más que Tarantino intentará disuadirle). Aquí parece que Malick no logró hacerle entender que no era necesario forzar el mentón para parecer un padre severo. Como última meada decir que su particular visión cristiano/mística acaba transformándose en una suerte de falso trascendentalismo que se convierte en ocasiones en un burdo libro de autoayuda rozando el Coehlismo.
Ahora bien, a pesar de sus pretensiones de proporciones cósmicas el film nos ofrece píldoras de gran intensidad y belleza, que hay que tomarlas así, como pura contemplación, sin tragarnos todo el cuento místico. No obstante y a pesar de la pretenciosidad de la obra,  aprovecho para denunciar algunas salas de cine que,  no contentos con repartir flyers en la cola de taquillas avisando de la dureza conceptual de la película y recomendando su salida inmediata de la sala en caso de aburrimiento extremo, también devolvían el dinero de la entrada para evitar la pataleta. Esto me parece, no solo tratar al espectador como un niño de tres años y presuponer su ignorancia y su incapacidad para gozar de una narración heterodoxa, si no fomentar la mediocridad y la falta de espíritu crítico.


domingo, 11 de septiembre de 2011

"BRIDESMAIDS" Paul Feig (2011)



No sé cómo he podido tardar tanto en ver La Boda de mi mejor amiga (Bridesmaids) con las ganas que tenía desde que supe de su existencia hace unos meses. Quizá porque esperaba un acontecimiento grupal y femenino, de esos que se dan rara vez ya, que nos reuniera en una sala de cine, con palomitas, chuches y toda la pesca, dispuestas a identificarnos con las protagonistas y reírnos de nosotras mismas. Pero quizás porque la he visto más sola que la una, la comedia desternillante se convirtió al final en alguna cosa más emotiva. Imposible suspender la drama-queen que hay en mí.

Paul Feig
también director de la serie cómica Freaks and Geeks que descubrió a James Franco y Seth Rogen, ya me hizo reír a mandíbula batiente con Lío Embarazoso (Knocked up), a pesar de la porquería de título en español. Una película descarada, super fresca con un humor freak y del cual me he apropiado para uso personal alguna coletilla, como “las mejores cosas siempre vienen de dos en dos: Fíjate en Volcano y Dante’s Peak o Deep Impact y Armagedon”. Junto con Judd Apatow y su inconfundible sello como productor, Kristen Wiig, una de las mejores comediantes actuales perteneciente a la corte irreverente del SNL que protagoniza el film y firma el guión junto con su compañera de troupe cómica en The Groundlings Annie Mumolo, Bridesmaids abre todo un mundo de posibilidades en la comedia actual americana (y la cada vez mayor aportación de cómicas como Tina Fey o Sarah Silverman) y se revela como la comedia del año, al nivel de The Hangover 2 de la que me declaro fan absoluta después de hacerme pasar los mejores momentos en una sala de cine.




Annie (Wiig), cuya vida dio un vuelco cuando quebró su pequeño  negocio de pastelería junto con su relación amorosa, comparte frustraciones y alegrías con su amiga de la infancia Lillian (Maya Rudolph), que, tras comprometerse con su novio, nombrará a Annie madrina de honor y la responsable de organizar todo el cotarro bodil. El problema viene cuando la nueva amiga de Lillian, la perfectísima Hellen (Rose Byrne), empieza a cobrar protagonismo y crea cierta distancia entre las amigas provocando los arrebatos más esperpénticos de una cada vez más histriónica Annie, una completa loser de desastrosa vida amorosa y capacidad infinita para liarla parda.  




Olvídate de una película de chicas al uso. La boda de mi mejor amiga empieza ya fuerte con un polvo de risa con Ted (John Hamm, mucho menos apetecible que en Mad Men) el follamigo de Annie. Al minuto 5, cuando ella se levanta con sigilo para arreglarse, volver a la cama y fingir que se despierta perfecta ya me había enamorado completamente del personaje y sabía que cualquier cosa que hiciera me iba a producir una infinita simpatía. Y es que todo está dotado de una profunda sensibilidad, de una sincera autoparodia, de un guión  y una puesta en escena que da barra libre de improvisación a los actores, que forjan sus personajes con fuerte gestualidad,  de tal manera que ciertas situaciones nos parecen haberlas vivido en primera persona una noche de borrachera, donde el tiempo se dilata y uno no se cansa de hacer el capullo.




Y es que se trata de eso, de hacer el capullo, de que las chicas, la pelis de chicas también pueden ser gamberras, también pueden tener ataques de diarrea y cagarse encima (uno de los mejores gags de la película), tener ataques de ira y de celos en pro de la exclusividad amiguíl sin que eso suene a rollo-bollo, hacer el ridículo hasta límites insospechados, imitar a una polla con huevos incluidos ("los codos no me permiten hacerlos redondos") y reírse de una misma, de la feminidad y todas sus teorías sin ambages. Pero además, La Boda de mi mejor amiga, suelda todo esta metralleta de vandalismo cómico con una sensibilidad y una gracia exquisita. Y lloré. Lloré en la comedia más macarra porque obviamente también hablaba de mí, de la soledad que comporta ciertas decisiones, del miedo a la perdida de aquello amado y cercano, miedo de los cambios, del abismo de la madurez y la edad adulta unido al complejo de loser-peterpanesco que acompaña a mi generación y a la de mis compinches.

Me declaro absolutamente enamorada de este film. Porque soy chica, pensaréis: pues igual sí, obvio, ¿para qué negarlo?, es un tipo de humor con una sensibilidad muy cercana y una patanería femenina que sorprende cuando la ves reflejada en pantalla (porque son cosas que nos pasan a la mayoría, pero que pocas veces se desvelan)  pero también porque amo el cine sincero, sencillo en su finalidad pero rico en texturas, capaz de arrancarme una carcajada desde las entrañas. Y éste lo es.