domingo, 11 de septiembre de 2011

"BRIDESMAIDS" Paul Feig (2011)



No sé cómo he podido tardar tanto en ver La Boda de mi mejor amiga (Bridesmaids) con las ganas que tenía desde que supe de su existencia hace unos meses. Quizá porque esperaba un acontecimiento grupal y femenino, de esos que se dan rara vez ya, que nos reuniera en una sala de cine, con palomitas, chuches y toda la pesca, dispuestas a identificarnos con las protagonistas y reírnos de nosotras mismas. Pero quizás porque la he visto más sola que la una, la comedia desternillante se convirtió al final en alguna cosa más emotiva. Imposible suspender la drama-queen que hay en mí.

Paul Feig
también director de la serie cómica Freaks and Geeks que descubrió a James Franco y Seth Rogen, ya me hizo reír a mandíbula batiente con Lío Embarazoso (Knocked up), a pesar de la porquería de título en español. Una película descarada, super fresca con un humor freak y del cual me he apropiado para uso personal alguna coletilla, como “las mejores cosas siempre vienen de dos en dos: Fíjate en Volcano y Dante’s Peak o Deep Impact y Armagedon”. Junto con Judd Apatow y su inconfundible sello como productor, Kristen Wiig, una de las mejores comediantes actuales perteneciente a la corte irreverente del SNL que protagoniza el film y firma el guión junto con su compañera de troupe cómica en The Groundlings Annie Mumolo, Bridesmaids abre todo un mundo de posibilidades en la comedia actual americana (y la cada vez mayor aportación de cómicas como Tina Fey o Sarah Silverman) y se revela como la comedia del año, al nivel de The Hangover 2 de la que me declaro fan absoluta después de hacerme pasar los mejores momentos en una sala de cine.




Annie (Wiig), cuya vida dio un vuelco cuando quebró su pequeño  negocio de pastelería junto con su relación amorosa, comparte frustraciones y alegrías con su amiga de la infancia Lillian (Maya Rudolph), que, tras comprometerse con su novio, nombrará a Annie madrina de honor y la responsable de organizar todo el cotarro bodil. El problema viene cuando la nueva amiga de Lillian, la perfectísima Hellen (Rose Byrne), empieza a cobrar protagonismo y crea cierta distancia entre las amigas provocando los arrebatos más esperpénticos de una cada vez más histriónica Annie, una completa loser de desastrosa vida amorosa y capacidad infinita para liarla parda.  




Olvídate de una película de chicas al uso. La boda de mi mejor amiga empieza ya fuerte con un polvo de risa con Ted (John Hamm, mucho menos apetecible que en Mad Men) el follamigo de Annie. Al minuto 5, cuando ella se levanta con sigilo para arreglarse, volver a la cama y fingir que se despierta perfecta ya me había enamorado completamente del personaje y sabía que cualquier cosa que hiciera me iba a producir una infinita simpatía. Y es que todo está dotado de una profunda sensibilidad, de una sincera autoparodia, de un guión  y una puesta en escena que da barra libre de improvisación a los actores, que forjan sus personajes con fuerte gestualidad,  de tal manera que ciertas situaciones nos parecen haberlas vivido en primera persona una noche de borrachera, donde el tiempo se dilata y uno no se cansa de hacer el capullo.




Y es que se trata de eso, de hacer el capullo, de que las chicas, la pelis de chicas también pueden ser gamberras, también pueden tener ataques de diarrea y cagarse encima (uno de los mejores gags de la película), tener ataques de ira y de celos en pro de la exclusividad amiguíl sin que eso suene a rollo-bollo, hacer el ridículo hasta límites insospechados, imitar a una polla con huevos incluidos ("los codos no me permiten hacerlos redondos") y reírse de una misma, de la feminidad y todas sus teorías sin ambages. Pero además, La Boda de mi mejor amiga, suelda todo esta metralleta de vandalismo cómico con una sensibilidad y una gracia exquisita. Y lloré. Lloré en la comedia más macarra porque obviamente también hablaba de mí, de la soledad que comporta ciertas decisiones, del miedo a la perdida de aquello amado y cercano, miedo de los cambios, del abismo de la madurez y la edad adulta unido al complejo de loser-peterpanesco que acompaña a mi generación y a la de mis compinches.

Me declaro absolutamente enamorada de este film. Porque soy chica, pensaréis: pues igual sí, obvio, ¿para qué negarlo?, es un tipo de humor con una sensibilidad muy cercana y una patanería femenina que sorprende cuando la ves reflejada en pantalla (porque son cosas que nos pasan a la mayoría, pero que pocas veces se desvelan)  pero también porque amo el cine sincero, sencillo en su finalidad pero rico en texturas, capaz de arrancarme una carcajada desde las entrañas. Y éste lo es.

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