jueves, 22 de diciembre de 2011

"MELANCHOLIA" Lars Von Trier




Los antiguos griegos creían que cuatro líquidos corporales, llamados “humores” no sólo explicaban todas las enfermedades sino los diferentes temperamentos y sus cambios: estaban los sanguíneos, los flemáticos, los coléricos y los melancólicos, estos últimos acusados de un exceso de bilis negra que les producía una enorme tristeza y desazón. Una de las representaciones artísticas más conocidas de la melancolía es el grabado que Durero hizo en 1514, donde aparece un ángel/mujer de aspecto desaliñado, rodeada de diferentes objetos desordenados, muchos de ellos relacionados con la geometría y la matemática, cargados de simbología. Al fondo, sobre el horizonte , vemos el brillo de la luna y de un extraño cometa afincado en el arcoíris nocturno que cruza el cielo.




 Propiamente cual grabados u estampas Melancholia arranca con una serie de hipnóticas imágenes premonitorias que resumen la narración de la película. Una novia que avanza penosamente arrastrando unos lastres de lana gris, la madre sosteniendo a su hijo caminando por una tierra que se hunde a cada paso, nuevamente la novia, cual Ofelia, rodeada de plantas  (se dice que uno de los remedios contra la melancolía eran las plantas acuíferas) arrastrada por un río, una caballo desfalleciendo,  un enorme planeta colisionando contra la tierra…Imágenes pulidas y limpias, tableau vivants a cámara lenta que combina, durante todo el metraje, con fragmentos de Tristán e Isolda de Wagner, dotándolas de una fuerte carga poética.


Melancholia es una historia apocalíptica sobre la destrucción de la tierra, pero también un drama íntimo, la historia de dos hermanas de carácter (humores?) muy diferentes. Una,  Justine (Kristen Dunst),  claramente melancólica, taciturna, inestable, la otra, Claire (Charlotte Gainsbourg), flemática, equilibrada y muy organizada.  Confluyen dos dramas, como los dos planetas, como las dos hermanas. Por un lado el drama familiar que Lars Von Trier filma de manera muy íntima en espacios generalmente cerrados,  las relaciones familiares deterioradas, las apariencias finalmente dinamitadas entre el jefe y la empleada, la soledad y el miedo no sólo ante un futuro en pareja sino ante un futuro del todo catastrófico, que de alguna manera Justine intuye. Y por otro lado, el drama apocalíptico de enfrentarse al fin del mundo, al fin de la existencia humana con la máxima dignidad posible, aunque hasta el último momento la fe en la ciencia lleve a pensar que ese final inexorable puede ser esquivado. Von Trier disecciona con absoluta desesperanza y derrotismo el espíritu humano  a través de las  hermanas protagonistas,  en cierto modo recordando a esos burgueses atrapados en El ángel Exterminador, enjaulados en su fastuosa residencia, con el cupo material más que cubierto, pero fuertemente desequilibrados emocionalmente.



Justine sabe, Justine intuye que “el mundo está lleno de maldad” y que por ende su desaparición no resultará una gran pérdida. Justine, como ese ángel de Durero, que vaga entre el abatimiento y la desidia, se ve reflejada y en cierto modo reconfortada por Melancholia el planeta que orbita peligrosamente cercano a la tierra y que acabará por arrasarlo (incluso tienen un momento de comunión en una preciosa escena en la que ella se baña desnuda con su plúmbea luz).
Nadie mejor que Lars Von Trier, cineasta melancólico por excelencia, malhumorado, sombrío y provocador, para hacernos reflexionar sobre el lado más oscuro de la existencia abocada a la soledad y la destrucción durante dos horas y pico, de manera hipnótica e implacable.

(Este artículo también se puede leer en Fantastic Plastic Magazine)

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