martes, 22 de marzo de 2011

Apuntes sobre GILDA Charles Vidor (1946)



Ayer volví a ver Gilda y me sorprendí con el abrupto final. Un final así, apenas resuelto, con un muerto al que nadie hace caso y que ya se daba por muerto, un policía romántico que exculpa a el Tío Pio del asesinato, así sin más, porque el amor lo vale, y un “volvamos a casa” que cierra la película después de múltiples idas y venidas tanto de Farrell como de Gilda, que al final se vuelve insoportable. Me pregunto si algo así sería posible ahora y la respuesta viene sola. Los tiempos narrativos han cambiado y por supuesto no sería posible. Ni el final ni la intensidad que Charles Vidor puso en cada uno de sus personajes.



Es realmente dificil ver más allá del mito, más allá de ese movimiento de cabeza con el que se nos presenta Gilda, más allá del guante, del bofetón, del baile. Gilda es la encarnación de la niña/mujer, caprichosa y voluble, tal y como apunta Farrell refiriéndose al bastón espada que lleva su protector Mundson, “ aparentan ser una cosa, cuando en realidad son otra”. Así, Gilda, aparenta ser una femme fatale, una mujer que manipula a los hombres a su antojo y se casa con el dueño de un casino por su dinero, cuando en realidad es una niña despechada que aún ama profundamente al hombre que, en una pataleta, abandonó, que no ha conseguido olvidar y que ama y odia a partes iguales. “Creo que voy a morir de odio” le susurra a Farrell antes de darle uno de esos besos de película.


La mujer /niña vampira, figura arquetípica, que oscila entre la sexualidad más apabulladora y la inmadurez y a veces inocencia caprichosa de una niña malcriada. Intensa, reina del drama, sofocante pero terriblemente irresistible.

Nadie como Rita. Nadie como Gilda

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